Hoy, último día de mi quinta semana huanchaqueando, decidí tratar
sobre el único aspecto que me desagrada, incluso se podría decir que me irrita,
de la cotidianidad peruana. Sé, que cualquier antropólogo, o persona con cierta
coherencia, no verá con buenos ojos el hecho de criticar ciertos aspectos de
una cultura distinta a la mía. Antes de empezar a escribir esta nueva entrada,
soy consciente que puedo estar cayendo en cierto etnocentrismo, que recuerdo
para aquel lector mas despistado, es la tendencia a creer que los valores,
cultura, costumbres,…propios son superiores a los del resto. Por lo que,
pidiendo disculpas de antemano a quien pudiera molestar, escribiré sobre esa
cosa que me indigna incluso, en ocasiones, me hace rabiar…El tráfico en
las ciudades peruanas.
Soy conocedor de la dificultad que atañe
el querer describir situaciones que, para el lector, pueden ser inimaginables.
Pero trataré de hacerlo, ya que quiero hacer participe de mi enfado a todo
aquel a quien le pudiera interesar.Creo recordar que en la primera entrada de mi blog,
comenté cierto percance sufrido, en Lima, con un semáforo y un paso de
peatones. Pues bien, no es que el tráfico en Perú haya mejorado desde entonces.
Sinceramente creo que empeora con el paso de los días.
Podría
sonar algo exagerado si afirmo que, para el conductor peruano, la figura
del peatón no tiene cabida en los asfaltos metropolitanos. E incluso, me
atrevería a decir que, en su ideal de circulación vial, el peatón es aquel
personaje que, cual farola, debe espera su medio de transporte
impasiblemente en la acera. Sin trazos cebrados que interrumpan su oscuro asfalto. Sin
colores rojos que hagan detener sus eslalones camicaces. Una
fantasía donde solo estarían presentes, su carro, su carretera y, como no, su claxon.
Siempre pensé que el tráfico hacia de
Madrid la ciudad mas ruidosa con la uno se podía encontrar. ¡Necio de mi!. Una
cosa peruana que, sin duda, no extrañaré es el claxon y la forma, tan sutil,
que tienen de usarlo. Hay dos fines por los que hacer sonar su claxon. El
gringo, o turista, suele aprender rápidamente la primera tipología. Un pitido
que nos avisa sobre el hecho de estar a escasos segundos de ser atropellados.
Esta se soluciona, rápidamente, esquivando al coche, como si de un Miura se tratase.
La segunda, que aborrezco
totalmente, es algo mas compleja de aprender. Se suele descubrir con el paso de
los días. Tienen como protagonistas a los taxis, que si mis cuentas no me
fallan forman el 90% del parque automovilístico peruano. En ella los actores
principales sufren el, por aquí común, síndrome de “Lamanopegadaalpito”,
no se evada el lector en otros temas que no son menester. Los taxistas que
sufren de esta enfermedad no pueden dejar de hacer sonar su
claxon, ya que entienden que el inocente peatón caerá rendido en el asiento de
aquel que demuestre tener un pito mas sonoro y mas grande. Pero no contentos
con taladrar los tímpanos del viandante, quizá solo esté leyendo su periódico,
comiendo su helado o contemplando las hermosas vistas, suelen reducir la
velocidad de sus coches hasta asemejar su paso al del humano, y estando a
tu altura, te observan de arriba abajo poniendo esa cara de “te ofrezco mis servicios por un
módico precio”. Y, aquí es, dependiendo del nivel de enfado, irritación o,
incluso, dependiendo del número de tímpanos perforados, cuando uno puede
responder eso de “no gracias” o
un sonoro y grave “NO!!” acompañado, claro está, de una
razonable expresión de enfado.
Para finalizar con el tema sonoro. Me
gustaría dar a conocer cierta situación que se da con asiduidad y acrecienta,
mas si cabe, el ambiente surrealista que uno puede encontrar por aquí. Por
todos es sabido que, al menos en España, ciertos vehículos, sobre todo aquellos
mas pesados o con carácter público como ambulancias, emiten cierto pitido al
iniciar el movimiento de retroceso, o marcha atrás. Si el lector pone algo de
imaginación seria algo así como un clásico “PI…PI…PI…”. Pues bien por
estas latitudes es muy común, y cuando digo común no me refiero a uno o
dos casos aislados, que al utilizar dicho retroceso, suene, de
serie, un pitido semejante a la, clásica y conocida canción, Lambada.
Dejando atrás los molestos ruidos,
ahora, me centraré en su forma de conducir. Cuando el joven español se torna en
adulto, recuerda con cierta melancolía como, subido a su bicicleta, con un
simple movimiento de manos podía indicar, al resto de vehículos, la dirección
que tenía pretendida tomar. Aquí no tienen ese tipo de melancolías. Ciertos
conductores las siguen realizando, es mas, piensan que son capaces de frenar al
resto de vehículos con simples “para..para”. Desestimando la idea,
probable, que el dueño del otro coche solo frenó para evitar tener que
mandar su coche, pieza por pieza, al desguace.
Si algo estoy aprendiendo aquí es
desechar la, extraña y europea, idea que el vehículo que se encuentra dentro de
una rotonda es quien tiene preferencia. En Perú todo cambia. La rotonda, acá óvalo,
se torna en circo romano, y quien sale siempre victorioso, es aquel auto que
tarda mas en ceder, quién esta dispuesto a arriesgar su vida, y las de sus
ocupantes, para alcanzar la efímera gloria de ser quien primero salió de
ella. Gloria, que se volverá a poner en juego en el siguiente óvalo
Así que después de todo esto y mucho
mas, omitido por falta de espacio, tiempo y ganas, a uno solo le queda cruzar
los dedos, rezar sus oraciones y decir eso de “virgencita
virgencita…que me quede como estoy”
Quizá
todo esto sea solo literatura para enganchar a la gente a mi experiencia. Quizá
todo esto solo valga para ganarme algún que otro "mierda un peor".
El caso es que he escrito lo que quería escribir
Haciendo
el peor desde Huanchaco
Luis
P.D. Porque esta semana conocí a niños
que juegan donde no hay nada. Niños que son y serán los dueños de tierras que
se llaman Miseria…y aunque, por suerte, por aquí no haya armas en manos
inocentes…mi canción de la semana no puede dejar de ir para…
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