Poco antes de echar el cierre a este, mi antepenúltimo,
domingo en Perú. Cuando las agujas del reloj juguetean pensando, indecisas, si
dar inicio, o no, a un nueva madrugada; Cuando el tiempo, nos, recuerda lo
implacable que es con el futuro; Cuando el mañana se hace ayer. Cuando la
acongoja va tomando lugar preferencial en el nudo de la garganta. Uno comprende
que, antes que sea demasiado tarde, debe ir comenzando a echar el cierre a esta
aventura. Debe ir recopilando, en su retina, todos esos momentos vividos para,
siendo justo, tratar de despedir, de la mejor forma posible, este sueño que esta
a punto de desvanecerse.
Como si de la vida, misma, se tratase uno llega aquí
solo y solo se marchará. El voluntario se convierte en ese bebe barbudo que
apunto esta de afrontar una nueva vida, con fecha de caducidad. Una vida llena
de nuevas experiencias, nuevas sensaciones, nuevas relaciones, nuevas
amistades, nuevos caminos con nuevas piedras con las que tropezar.
El bebe, con el paso de los días, experimenta y
crece. Ve como su inexperiencia y miedo, se tornan en curiosidad e inquietud adolescente.
Fase, que desemboca en la madurez y seguridad del que se sabe conocedor de todo
lo conocible; de quién se cree dominador de situaciones que apenas puede
abarcar. Y llega la vejez, la etapa cercana a la caducidad final, donde, el otrora
bebe, solo es capaz de recordar tiempos pasados, hipotecando, así, los escasos
días que le separan del ocaso. Solo puede poner esa sonrisa bobalicona tratando
de rememorar lo irrecordable, tratando de sentir lo sentido, soñando con volver
a vivir algo que se le escapa de entre los dedos.
El viejo, sentado en su silla del tiempo, va viendo
desfilar a otros tantos como él. Muchos jóvenes, viejos, que poniendo punto y
final a esta vida, dan el salto a otra nueva. Personajes que, como ladrones, le
extirpan, egoístamente, cierta parte del cuerpo. El anciano ve como, sin
querer, se va diluyendo y fraccionando por la inmensidad del mapamundi.
Echando una mirada hacia atrás, uno intuye lo
caprichoso que es el azar. Suerte que se alinea de su parte demostrando, así, que
solo da la espalda a quienes no gastan ni un ápice de tiempo en ir a buscarla.
Una decisión, un dinero, un vuelo, un pueblo, una fecha. Cumulo de
circunstancias, previas a una vida, que desembocan en los recuerdos, en la
actualidad.
El anciano, viendo la película de su vida, descubre
que quién hace, realmente, de una vida algo de provecho; quién, realmente, provoca cierta pena en sus despedidas, es toda
aquella gente con la que pasa momentos singulares. Trabajos, risas, bromas, cervezas,
cafés, uñas de gato…
El tiempo no es indiferente a nadie. Todos
terminamos, derrotados, hincando nuestras rodillas en la arena. Todos acabamos
desfilando de esta vida, volviendo a la nuestras situaciones cotidianas, nuestras
realidades, despertando de nuestros sueños. El dilema, de quién esta a semanas
de partir, es si sería, o no, mejor ser uno de los que marchan primero o de los
que aguantan en el barco hasta que se hunde. ¿Es mejor tomar un pañuelo y despedir?
O ¿mirar a la familia que se deja atrás
y ser despedido?
Dentro de pocas horas partirá, al igual que otros
hicieron ya, un miembro de mi familia peruana. Un hecho que rompe la trinidad,
existente, de apoyo mutuo. Una compañera de mesa y de trabajo que logro tirar
abajo mi, ridícula y estereotipada, teoría Canaria.
Porque ya lo dijo uno de los dueños de mi apellido “a mi no me da pena dejar esta vida, me da
pena dejar a mi familia”
Quizá todo esto sea solo literatura para enganchar a la gente a mi
experiencia. Quizá todo esto solo valga para ganarme algún que otro "mierda un peor". El caso es que hoy he escrito, realmente, lo
que quería escribir
Haciendo el peor desde Huanchaco
Luis
P.D. Simplemente porque mis dedos solo escribían al
ritmo de esta canción
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