Querido Perú:
Llevo bastante tiempo, alrededor de dos semanas,
planificando y desechando posibles ultimas
entradas de, este, tu blog, mi blog. Supongo que son demasiadas las cosas
vividas en tus carnes, en mis carnes, que quiero rememorar, tratando, así, de
poner un colofón acorde con este capítulo de mi vida; acorde con las gentes,
tus gentes, de las que me dejaste disfrutar. Experiencia sin igual, que apunto
esta de finalizar. Sensaciones; momentos; visiones; acciones y sonrisas,
sobretodo, sonrisas, que atropelladas en las puntas de mis dedos provocan, en
mi, cierta esterilidad literaria. Párrafos que han ido llegando, a mi
mente, en momentos inesperados y que se han ido ausentando, fugazmente, cuando me
despistaba. Hoy, a pocas horas de verme marchar, decidí que me despediría de la
manera mas sincera, sobre la marcha, sin
esquemas previos, sin temática pre-establecida. En mi despedida, te escribiré lo
que siento y como lo siento.
Bien sabes que soy un nobel en el mundo de la letra.
Conoces, de sobra, que fue gracias a ti por lo que me embarque en este desafío
literario. Un recién llegado que comete numerosos errores al redactar y que,
quizá, no es lo suficientemente explicito al hablar. Eres conocedor que con
cada escrito, que te dedicaba, iba sumando experiencia; iba tratando de mejorar,
para conseguir acercar tu esencia al, interesado, lector. Con el tiempo fui
consciente sobre los temas que pudieran hacer mas mella en el receptor; con el
paso de las entradas, descubrí que sentir cierta acongoja en la garganta era, o
podía ser, sinónimo de lectura interesante. Hoy tengo esa acongoja.
Cuando se está siendo dominado por ese nudo en la
garganta propio, de nacimientos y
funerales; decepciones y alegrías; y sobretodo, principal protagonista de
despedidas. Uno debe abrir su grifo emocional dando rienda suelta al
sentimiento y pensamiento que lo aflige o lo alegra.
Hoy, en el día que me despido de ti, no puedo sino
evaluar mi estancia aquí. Echando la vista atrás tengo que, en estas pocas
horas, decidir si, verdaderamente, te conocí; decidir si conocí a tus gentes;
tus costumbres; tus culturas; tus realidades sociales. Me gustaría reconocer
que si, pero eres un territorio demasiado basto como para descubrirte por
completo. Aun así, me voy muy satisfecho.
Sabes, de sobra, que mis inicios por aquí no fueron
nada aragüeños. Yo te soñaba verde y selvático; te soñaba escarpado y
montañoso. Me sorprendiste amarillo, llano y desértico. Pero, a ratitos, te fui
conociendo.
Descubrí que los ladrillos de abobe de tus casas,
escondían, en su interior, historias y vidas, ricas en humanidad. Tesoro, de
gentes, que, sintiéndolo mucho, dejan en mal lugar a tus productivas, y
extranjeras, minas de oro y plata. Porque si algo he aprendido, en tu compañía,
es que la vida se compone de pequeñas satisfacciones inmateriales. Pequeños
detalles incomparables a la fugacidad de lo obtenido a golpe de billetera.
Porque, contigo, aprendí el valor real de una, pobre, sonrisa infantil; de un,
anciano, relato vital; de una bienaventuranza de un bienaventurado. Contigo
aprendí que un nombre, mi nombre, tiene mayor significado cuando surge de bocas
que, hasta hace pocas semanas, desconocían de mi existencia.
Descubrí, que tu severo clima norteño castiga
duramente la piel de tus gentes; las quema sin hacer distinción de edades,
géneros, salarios o nacionalidades. Quizá tu Sol, esa estrella que no da
tregua, provocó que la generosidad y hospitalidad de tus gentes haya
evolucionado hasta situarse como en pocos lugares. Tiempo ha que te comenté que
en no muchas latitudes se ofrece un avituallamiento; un descanso; una sombra,
al peregrino extranjero.
Porque eso somos, peregrinos que vienen y van.
Personas a las que, entusiasmadas, ves llegar y que con cierto aplomo y penuria
dejas marchar. El peregrino, a varios metros de altura, te va despidiendo con
la mirada, a través de la escotilla del avión. Va, poco a poco, despertando de
un sueño, que le lleva sin retorno a su conocida realidad. Y te nos vas
quedando atrás, recibiendo, con brazos abierto, a unos, y despidiendo, con
pañuelos, a otros. Pero tú siempre quedas. Permaneces con tus realidades y con
tus problemas; con tus necesidades y tus pobrezas.
Supongo que quienes marchamos, tenemos esa sensación
de haberte utilizado para mejorar nuestras existencias; para desarrollarnos
como personas. Quienes te dejamos, pensamos que no hemos sido justos contigo,
que deberíamos haber trabajado mas, haber descansado menos. Es por eso que,
para sentirnos mejor con nosotros mismos, te dejamos un trozo de nuestro
corazón. ¿Qué ironía no? Como si no tuvieras bastantes que salvaguardar y
arreglar ya.
Estoy seguro que este es solo un hasta luego. Sabes que tengo que visitar
tu, turístico, Sur. Así que, hasta que llegue ese momento, por favor, trata a
tus gentes como nos trataste a nosotros; cuida de ti como nos cuidaste a
nosotros. Por favor, Perú, lucha por ti y por quienes hacen de ti un lugar inigualable.
Te echare de menos
Luis
P.D. Porque quizá, durante estos meses, todo esto haya sido solo literatura para engancharos a mi
experiencia. Porque quizá solo haya valido para ganarme algún que otro "mierda un peor". El caso es que, en este blog, he escrito lo
que quería escribir…así que sin duda la última canción debe ser esta...
Luis, me alegro de dos cosas: de que tu experiencia haya sido tan buena como has ido relatando y de que estés pronto de nuevo entre nosotros.
ResponderEliminar